martes, 21 de diciembre de 2010

LA LOTERIA DE NAVIDAD


    Debo comenzar haciendo una confesión personal: soy el antiludópata. Nunca he hecho una primitiva, ni una bonoloto; desde mis tiempos de estudiante –hace ya…, bueno, ni me acuerdo- no he rellenado una quiniela, y jamás juego al cupón de la ONCE. Visto así, puedo parecer un tío de lo más raro, pero me salva una sola cosa:como todos los españoles y millones de extranjeros que nos visitan en verano juego a la Lotería de Navidad. Poco, pero juego.
    Siempre me he cuestionado qué es lo que lleva a la gente a derrochar el dinero en el juego,  cuando las matemáticas y sus leyes de probabilidades indican que lo más normal es perder. La semana pasada leía la opinión de un sociólogo extranjero –era nórdico y no le acababa de encontrar la lógica- que, después de un  sesudo estudio, concluía que a la Lotería de Navidad jugamos, más que nada, por tradición.

    Este sorteo me trae excelentes recuerdos. Me evoca a Joaquín Prat retransmitiéndolo con su proverbial simpatía en la SER; a los niños de San Ildefonso vestidos impecablemente con chaqueta azul marino y pantalón o falda gris (su vestuario, dicho sea de paso, me gustaba más antes); el sonsonete musical de las “veinticinco mil pesetas…”; la alegría de los premiados descorchando champán frente a las cámaras de la televisión y diciendo que el premio lo van a repartir entre la familia (creo que luego se arrepienten y nadie se acuerda de lo prometido). O el gracioso de turno que dice irónicamente que con el premio millonario tapará agujeros y… ¡y los demás que esperen que no llega para todos!

    Pero, aunque no está escrito en sitio alguno, la Lotería de Navidad es el pistoletazo que marca el comienzo oficial de la Navidad, un periodo que dura dos semanas y que consigue el milagro de hacer que todos parezcamos mejores de lo que realmente somos (con algunos de verdad que tiene mucho mérito).

    En los tiempos nada fáciles que vivimos, este sorteo se habrá convertido, sin duda, en la última esperanza, el último asidero al que agarrarse para intentar escapar de una vida llena de zozobras. Me gustaría, por una vez, que las leyes de probabilidades y todas esas zarandajas científicas estuviesen equivocadas y la suerte recayese, no en quienes más juegan, sino en aquéllos que de verdad lo necesitan para poder llevar una vida mínimamente digna. Y este año la fortuna tiene más que nunca donde elegir.

    Mañana es 22 de diciembre; mañana es el sorteo de Navidad. Como siempre lo escucharé por la radio –ya he dicho que me gusta su peculiar musiquilla de fondo- sin prestarle mayor atención. Mañana, en definitiva, comienza la Navidad. Suerte a los que de verdad la necesitan y a todos ¡Felices fiestas!

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