lunes, 5 de septiembre de 2011

MERECIDO PREMIO

    El pasado viernes el jurado de los Premios Príncipe de Asturias concedía el correspondiente al Deporte a Haile Gebreselassie. Este atleta etíope de difícil nombre e impronunciable apellido tiene un brillantísimo historial como corredor de fondo, habiendo conseguido dos oros olímpicos y cuatro títulos mundiales, además de ostentar el record mundial de la maratón.

    Recuerdo haber escrito ya que los Premios Príncipe de Asturias son, tras los Nobel, los más prestigiosos del mundo. Pero el del Deporte se ha otorgado en demasiadas ocasiones con excesivas concesiones a lo español, olvidando la verdadera esencia y espíritu del galardón. Baste recordar el concedido hace unos años a Fernando Alonso cuando todavía no había empatado con nadie. Afortunadamente, en esta ocasión el galardonado es de los que vuelve a prestigiar el premio.

    Haile Gebraselassie es conocido como el atleta de la eterna sonrisa y, junto a sus innegables méritos deportivos, el jurado tuvo en cuenta su compromiso social. No en vano es Embajador de Buena Voluntad de Naciones Unidas y ha sido mediador directo en numerosos conflictos en los que se ha visto inmerso su país.

    Etiopía, su país de nacimiento, es una de las naciones que conforman el denominado “cuerno de África”, de triste actualidad en los últimos meses por la hambruna que padece y que ha causado un número de muertes que debería avergonzar a los países más desarrollados.

    Haile Gebraselassie –el nombrecito se las trae- no goza de la popularidad mundial que tienen o han tenido atletas actuales o del pasado –Carl Lewis, Usain Bolt…-, pero sí del unánime reconocimiento por su impecable trayectoria deportiva y por su ejemplar peripecia vital.

    El jurado esta vez ha acertado plenamente. Compitió para hacerse con el premio con Raúl González Blanco, el exjugador del Real Madrid que ahora juega en la Bundesliga. Y aunque Raúl hubiera sido un digno ganador, creo que no había color. O sí: el blanco impoluto; pero no el de la elástica que siempre vistió Raúl, sino el de la generosa dentadura que exhibe el atleta etíope cuando esboza su eterna y generosa sonrisa. Todo un ejemplo.

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